Hace unos años era algo flojo.
Me costaba mucho lograr cualquier objetivo en la vida y con frecuencia me autosaboteaba.
Sentía que había una fuerza interna dentro de mí que no me dejaba avanzar.
En el empleo trataba de ser lo más dedicado posible.
Porque sabía que mi tiempo ahí dependía de mi rendimiento.
Era una persona hábil y rápida para hacer las cosas, aunque a veces eso jugaba en mi contra.
Tenía mucho sobrepeso, lo cual era un problema, y me propuse hacer los cambios necesarios para ser una persona saludable.
La operación de la vesícula fue un jalón de orejas y durante 2014 empecé un nuevo camino como persona.
Esos cambios de hábito le dieron un vuelco a mi vida, comencé a tener más energía y me sentía muy bien conmigo mismo.
Empecé a olvidarme de la flojera cuando comenzaba un proyecto nuevo.
Ya fuera personal o laboral.
Llegó un punto en mi vida en que, hacía tanto, que se me olvidaba descansar.
Me consideraba una persona imparable y me gustaba mucho sentir que lograba algo en el día.
Era mi motor, parte de mi personalidad y me sentía increíblemente bien.
Llegué a pensar que «descansar» era sinónimo de flojera y no podía permitirme regresar a ese oscuro pasado.
Sin embargo, el no parar y no tomar un descanso puede volverse un problema.
Porque el cuerpo y la mente empiezan a cobrarte factura.
He hecho ejercicio desde el 2012 y hasta entonces no he parado.
Pero eso no significa que tenga que estar activo todos los días de la semana.
Como seres humanos necesitamos un descanso y, recientemente, me tocó aprenderlo a la mala.
Han pasado casi dos semanas desde la última vez que salí a correr.
Ese día estaba feliz porque mis tiempos estaban mejorando.
Me sentía con mucha energía y mis piernas volaban con cada zancada.
Estaba tan motivado que me descuidé por completo.
Cuando crucé por una calle, mientras corría, no me giré para ver si venían carros.
Un coche, que justo daba vuelta, me impactó y terminé en el suelo.
Levanté la vista, girándome en todos los sentidos y vi que el conductor se paró.
Estaba asustado, no me había visto, pero por fortuna la cosa no pasó a mayores.
Alcanzó a detenerse en el momento del impacto.
Me puse de pie sintiéndome bien. Estaba vivo y tenía mucha adrenalina.
Quería seguir corriendo así que le dije al conductor que todo estaba bien.
Había sido un error de mi parte y, quizá, también de la suya.
No quise ahondar en el tema y preferí regresar a casa.
Ese día acudí al médico y me sacaron varias placas. No tenía ninguna fractura, aunque ya lo presentía.
Sin embargo, la doctora fue clara.
Me recetó una semana de reposo absoluto en la que no haría ABSOLUTAMENTE NADA.
Claro que los raspones me dolían y tenía varios músculos lastimados.
Tuve que usar andador por primera vez en la vida y no me gustaba.
Ese día entendí que merecía un descanso largo.
Habían pasado más de seis años desde la última vez que tomé un descanso obligado y la idea del reposo absoluto me molestaba.
Me sentía mal conmigo mismo. Pude morir, pero estaba vivo y era lo único que agradecía.
El universo te envía señales en forma de situaciones que a veces no son agradables.
Mi rutina ha sido demasiado caótica que, aunque me tomo los domingos de descanso, a veces no es suficiente.
Es importante darte tiempo para ti y hacer lo que de verdad llena tu alma.
Los descansos son importantes porque no solo tu cuerpo debe recuperarse.
Tu mente y tu salud mental también juegan un papel importante en este mundo.
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